Crítica Télam

«Rodolfo Walsh y Gardel»: disparador de una trama teatral intensa y dolorosa.

20 de Noviembre de 2009


García Pintos asume las horas finales del Walsh que dibuja David Viñas

El texto enfoca la última hora de Walsh que se debate entre la posibilidad de ser rescatado por sus compañeros para poder salir de la Argentina y el asedio de las fuerzas represivas.


Rodolfo Walsh es un emblema de integridad y coherencia que puede prestarse para el homenaje fácil que acecha con vaciarlo de contenido, petrificarse en el bronce o ser el disparador de una trama teatral intensa y dolorosa como la que David Viñas escribió y Alejo García Pintos encarna con una entrega impactante.

«Rodolfo Walsh y Gardel» se ofrece los jueves, viernes y sábados a las 19 y los domingos a las 18.30 en la modesta sala Luisa Vehil del Teatro Nacional Cervantes para cumplir con una temporada que quedó trunca 16 años atrás cuando una amenaza de bomba suspendió su puesta en la Fundación Banco Patricios.

El Walsh de Viñas es el investigador imprescindible de «Operación Masacre» o «¿Quién mató a Rosendo?», pero también se levanta como una síntesis de muchos de los militantes que en los 70 pusieron el cuerpo para transformar la sociedad.

El autor escribe en el programa de mano que este texto se inscribe en una dramaturgia con su firma donde también aparecen nombres como Lisandro, Túpac y Dorrego y describe esa galería como parte de «una serie de obstinaciones por recuperar figuras sublevadas contra el Poder» a los que «el teatro, de manera simbólica, los recupera como invictos».

Así y haciendo equilibrio entre las referencias personales acerca del escritor y periodista y el calor generacional que unió a aquellos sueños, el texto enfoca la última hora de Walsh que se debate entre la posibilidad de ser rescatado por sus compañeros para poder salir de la Argentina y el asedio de las fuerzas represivas.

En un ámbito denso dominado por bibliotecas cargadas de libros, con una máquina de escribir, una cama, un arma y un canario enjaulado que se llama Gardel, Walsh expresa la rabia, la desesperación y el coraje con una carga de humanidad que la labor de García Pintos subraya con hondura.

«Escribir es pedir socorro», confiesa el protagonista tomando como interlocutor al ave y repartiendo esos monólogos con los supuestos llamados telefónicos que recibe de su esposa o de sus perseguidores.

En esas declaraciones que son de principio y huelen a final, hay un rumor sórdido que se multiplica gracias a la ajustada puesta de Jorge Graciosi, a los claroscuros que propone Lautaro y a los ramalazos musicales de Malena Graciosi.

El personaje asume con toda la carga dramática lo que le acontece y le cuenta a Gardel que «a esto no lo podemos llamar fracaso, digámosle derrota» y aunque hace un recorrido por su agenda donde enumera a los caídos, también asume desde un grito contenido «no, no estoy solo». Y golpeado por una sociedad que se dejó ganar por el terror estatal es capaz de decir que «somos un país de alcahuetes y caníbales» y, más adelante, ironiza «ma` que granero del mundo, Argentina cementerio».

La desazón le permite un humor corrosivo, una violencia contenida, algún sueño pasatista y varios juegos de palabras que comparte con el ave enjaulada como para proclamar: «Gardel es mudo y yo hablo».

Al filo del desenlace en sombras que marca el final del revolucionario a manos de una banda de asesinos paraestatales, Walsh declara: «yo hago uso de la palabra» y la interpretación de García Pintos concluye dotándole el mismo peso de esa trágica historia argentina.

Sergio Arboleya / Télam